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Manejo de Crisis

LA VENGANZA DE LA TIERRA

http://www.terra.org/articulos/art01788.html

Un libro de James Lovelock

Porqué la Tierra se revuelta y de como todavía podemos salvar la humanidad
Es suficiente que el planeta haga un solo gesto para que en una fracción de segundo lleve la muerte a millones de personas. Eso lo pudimos ver fácilmente con el tsunami que en diciembre de 2004 arrasó las costas del océano Índico. Así empieza La venganza de la Tierra. Pero continua que esto no es nada si lo comparamos con lo que nos puede pasar por estar maltratando a la Tierra y llevarla a las cálidas condiciones de hace 55 millones de años donde la mayor parte de nosotros y nuestros descendientes no sobrevivirían. Cada uno de nosotros deberíamos ser el corazón y la mente de la Tierra, no su perturbación. ¿Qué es lo que nos impide que no valoremos que la fiebre del calentamiento global es real y mortal y que quizás ya está fuera de nuestro control y de la propia Tierra?. Sin duda, el último libro de James Lovelock, La venganza de la Tierra es un libro radical.

James Lovelock es un reputado científico, médico, ingeniero, inventor ambiental y conocido como el padre de la Teoría Gaia que lanzó en los inicios de los años setenta. Gaia, es el nombre que le sugirió su amigo y novelista William Golding en 1969 para definir su teoría de un sistema vivo autoregulado. Pero es junto a  la bióloga americana Lynn Margulis con quien declaran que la Tierra es un sistema de control adaptable y activo, capaz de mantener al planeta en homeostasi, o sea que se autorregula. Lo que empezó siendo una hipótesi que fue rechazada por la mayoría de la comunidad científica del momento pronto fue acogida por investigadores que empezaron a aportar datos que lo corroboraban. Uno de estos datos fue el descubrimiento en 1986 que el sulfuro de dimetilo, un gas producido por las algas marinas estaba relacionado con la formación de nubes y con el clima.

La venganza de la Tierra tiene claramente tres partes. En una primera se recoge el estado de los avances respecto al conocimiento que hemos adquirido de  Gaia como realidad, las críticas que ha recibido esta teoría y como estas han sucumbido poco a poco ante la acumulación de datos. De esta acumulación de datos destaca la observación que más allá de las 500 partes por millón de CO2 en la atmósfera el sistema autorregulado de Gaia se desmorona al colapsarse el ecosistema oceánico. Hay datos que hace 55 millones de años la liberación de CO2 y metano por causas naturales por encima de los 500 ppm llevaron al planeta  a aumentar 8 ºC en las regiones templadas del norte y de 5 ºC en los trópicos. Las consecuencias de este calentamiento duró 200.000 años y causó una extinción en masa de organismos vivos. También se revisa la historia de Gaia desde los períodos glaciales en los que el dióxido de carbono en el aire no superaba las 180 ppm hasta la previsión dentro de varios millones de años cuando el sol aumente su radiación y la haga inhabitable. Entre este margen de pasado y futuro lejanos se adentra en las posibles previsiones que podemos hacer sobre el siglo XXI respecto a como reaccionará Gaia ante el incremento incesante de gases con efecto invernadero. La impresión de Lovelock no es optimista. Como médico está convencido que su posición es comparable a la de un facultativo que ha practicado una biopsia y ha encontrado un tumor con metástasi general.

La segunda parte es quizás la más ecléctica de su libro. Analiza desde su punto de vista las diferentes perspectivas de las fuentes de energía disponibles por la humanidad a la vez que pone su opinión respecto a lo que se consideran las grandes plagas ambientales de nuestra era tales como la lluvia ácida, el exceso de nitratos, la contaminación por pesticidas, la seguridad alimentaria, etc. En estos capítulos el lector puede llegar a la conclusión que Lovelock lleva demasiados años fuera del mundo real. Aquí cualquier lector mínimamente crítico puede sentirse insultado por los datos que aporta Lovelock dado que no responden a la lógica científica ni a la realidad de los datos objetivos. Por ejemplo, en el caso del accidente de Chernóbil admite que sólo murieron 75 personas y que no eran sino trabajadores de la central nuclear. Su argumentación sobre la seguridad y la importancia de la energía nuclear para superar la crisis climática es grotesca para quien conozca a fondo las energías. Tampoco admite el problema de los pesticidas organoclorados e incluso llega a admitir que la prohibición del DDT es la responsable de centenares de miles de personas porqué el “hombre blanco” le pareció que era perjudicial para su salud. No se salva de su quema incendiaria casi ningún ecologista ni la mismísima Rachel Carson cuya obra, Primavera silenciosa, denunciando la muerte que conlleva la contaminación química del ambiente era fruto de datos veraces como se ha demostrado con los envenenamientos masivos de Bhopal o Seveso por citar sólo la punta del iceberg. En esta línea podríamos resumir que su real preocupación, sin embargo,  es que “mientras pasan los días, prácticamente todos participamos en la destrucción de Gaia y que por pensar de forma egoísta, sólo en el bienestar humano ignorando Gaia, estamos provocando nuestra inminente extinción”. De ahí que resulte obvio que dedique un capítulo a lo que a su entender pueden ser tecnologías de remediación tales como paraguas espaciales que sombreen el planeta, hasta la captación del CO2 para ser almacenado en lugares seguros. Pero a medida que apunta estas posibilidades también reconoce que es posible una civilización ultratecnificada de bajo consumo energético. Llega incluso a plantear los viajes transatlánticos con veleros movidos por ordenadores y cruzando los océanos sin consumir apenas combustibles fósiles.

La pregunta clave de la tercera parte del libro es ¿qué hacer?. Sin duda los últimos capítulos muestran la sensibilidad del ser humano por encima de la del científico. Para Lovelock tan importante como las emisiones crecientes de residuos “es la necesidad de reconocer que los ecosistemas naturales de la Tierra regulan el clima i la química del planeta y no están ahí simplemente para proveernos de alimentos o materias primas”. Los seres humanos no somos la enfermedad del planeta, aunque nuestro egoísmo le ha subido la fiebre con peligro mortal. La humanidad es a través de su inteligencia y capacidad de comunicación como el sistema nervioso del planeta. Al fin y al cabo es través del ser humano que Gaia se vio desde el espacio. Deberíamos ser el corazón y la mente de la Tierra, no su perturbación.

Debemos detener la perturbación mientras seamos lo bastante fuertes para negociar, y “no una chusma corrupta liderada por brutales señores de la guerra”. Por encima de todo, precisamos recordar que somos parte de Gaia y que ella es de hecho nuestro hogar. “Esta falsa idea que la Tierra nos pertenece o que somos sus depositarios nos permite ser partidarios de políticas y programas ambientales pero solo de boquilla y de este modo continuar como si nada pasara”. Todavía nos importa más el crecimiento y el desarrollo económico que la preservación de los sistemas naturales. Lamentablemente, no basta con poner racionalidad. “La mente racional no es más capaz de pensar en profundidad que la diminuta pantalla de un teléfono móvil actual para reproducir con todo su esplendor un cuadro de Vermeer”. En su último capítulo titulado Más allá del final del trayecto su opinión no puede ser más ecologista. “ha llegado la hora que todos nosotros planifiquemos una retirada del terreno insostenible que hemos alcanzado con el uso inadecuado de la tecnología… necesitamos que la gente de todo el mundo sienta el peligro presente y real y se movilice espontáneamente y sin tumultos en una retirada ordenada y sostenible hacia un mundo en que intentemos vivir en armonía con Gaia”. Sin embargo, entre otros debemos reconocer “que la raíz de nuestros problemas con el entorno proviene de la falta de límite en el crecimiento de la población”. Por todo ello Lovelock reitera que “pienso que tenemos pocas alternativas a menos que nos preparemos para la peor situación y asumir que ya hemos traspasado el umbral”. En algunas entrevistas ha augurado que antes de final del siglo XXI el cambio climático habrá reducido la población mundial a poco más de 500 millones (somos más de 6.500 millones). Por este motivo, advierte de la importancia, para minimizar las consecuencias de la catástrofe, de “escribir una guía para los supervivientes que nos ayude a reconstruir la civilización sin repetir sus errores”. Por ello compara que de la misma forma que los monasterios medievales fueron garantes del saber acumulado en el pasado hoy deberíamos recopilar en muchos centros este bagaje cultural en forma de libros, dado que los soportes informáticos o digitales no resistirán el cataclismo.

En definitiva, la lectura de La venganza de la Tierra nos adentra en una obra escrita con el corazón por un hombre que ha dedicado más de 40 años al estudio de Gaia. Esta claro que no acierta en el análisis sobre las posibilidades para afrontar el reto de sobrevivir al calentamiento global al apostar por la energía nuclear. Recordemos que para alcanzar tan sólo un porcentaje del 20 % (actualmente es del 16 %) en electricidad de origen nuclear en el 2050 deberíamos construir desde hoy mismo centrales a un ritmo de 1 reactor cada 15 días entre el 2010 y el 2050. Pero más allá de esta obsesión por la energía de los átomos Lovelock con pasión y vehemencia si que puede considerarse como un mensajero del futuro. Quizás tenemos el tiempo justo para empezar y terminar esta guía o manual de supervivencia con una visión holística de lo que significa la civilización humana sobre la faz de Gaia. En cualquier caso, Gaia es nuestra única oportunidad y Lovelock ha sido su pastor durante décadas. Su testimonio tiene un valor moral sin precedentes y la lectura crítica de este libro imprescindible.

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